De aquí para allá
Trescientos días de sol Me angustia entrar en una librería y ver la cantidad de libros que se publican. Me angustia entrar dos meses después, y ver que, salvo códigos y catedrales, han cambiado casi todos. Me angustia comprender que, en esa vorágine, se pierde la mayoría de lo que vale la pena. Me angustia angustiarme, pero qué le vamos a hacer.
Una recomendación Hay muchas razones para leer un libro, casi tantas como para no leerlo. Aquí van algunas: porque ya hemos leído otro de ese mismo autor, y nos ha gustado; porque es un clásico, y hay que ir llenando nuestras vergonzantes –si es que nos queda vergüenza- lagunas culturales; por intuición: algo, o todo, el título, la portada, la biografía del autor, el resumen de la contraportada, nos atrae misteriosamente; porque... Un amigo al que considero fiable –en ese aspecto- me recomendó Trescientos días de sol (Xordica, 2007), de Ismael Grasa. Cuando fui a buscarlo, ya había desaparecido de las librerías, incluidas las de semifondo. Nadie tiene la culpa, o la tenemos todos. Se publica tanto, que si las librerías no renovaran lo que venden, acabarían sepultadas por libros. Una muerte hermosa, sin duda, pero muerte, al fin y al cabo.
Un libro, si no cuenta con un fuerte lanzamiento, necesita tiempo para que alguien lo compre, lo lea, lo comente, para que funcione el boca a boca (es una buena expresión, porque es como salvarlo de una muerte cierta). Sin eso, está perdido.
Los libros son como las personas: si pudieran, comprarían tiempo.
Jugar a los detectives Si quieres un libro y no lo encuentras fácilmente, llega el momento de jugar a los detectives, de rastrearlo. Si es reciente, es sencillo: basta con ir a una buena librería –aún quedan en muchas ciudades- y encargarlo. Si el libro está descatalogado –se agotó y no se reeditó, o, una variante más perversa y muy común, la propia editorial lo destruyó- hay que recurrir a las librerías de viejo. Internet es muy útil para esa búsqueda.
Por fin tienes el libro en tus manos. Te ha costado un poco más de lo normal conseguirlo. Lo miras de otra manera, casi con reverencia. Lo lees, y si es el magnífico libro de Grasa, te encuentras con relatos sobre gente normal, es decir, rara. Aparentemente simples, decididamente perturbadoras. Escritos con sencillez clásica, rematados con exactitud. Piensas que el esfuerzo ha valido la pena.
Trescientos días de sol Libros así merecerían disfrutar de trescientos días de sol, y no sólo de un par de meses en algunas librerías. He hablado hoy de éste, pero hay otros, de los cuales, en su mayoría, no conozco ni el título. La literatura es como la vida, como el agua: quieres cogerla, pero se escurre, y cuando te miras las manos, sólo tienes algunas gotas. Pueden servir para apagar tu sed, sí, pero la mayoría se ha escapado. Cuando pienso eso, me angustio.
Por eso preferiría no hacerlo, pero no puedo evitarlo.
Público, 7.10.2007