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Trescientos días de sol de Ismael Grasa

Texto de Miguel Ángel Martín

Trescientos días de sol - Ismael Grasa.


Cuando se acaba la lectura de Trescientos días de sol, de Ismael Grasa (Xórdica Editorial, 2007), es inevitable pensar que su autor ha escrito exactamente el libro que pretendía escribir. Es un libro con doce relatos, equilibrado, simétrico, con un sentido de la unidad de estilo muy acusado. Así, Grasa ha optado por un estilo claramente deudor de la narrativa corta norteamericana de los ochenta, el famoso realismo sucio -aunque siempre resulta incómodo utilizar esa etiqueta ya superada, la menciono por diferenciar ese estilo identificable de las tendencias actuales, más diversas, y que transitan otros caminos-. La frase que Grasa utiliza es directa, breve, concisa, irónica, y sus personajes cuentan con humor, a veces negro, historias que siempre están contempladas desde una óptica muy cercana. De los doce relatos ocho están narrados en primera persona y los cuatro restantes en una tercera-primera. Cierta sequedad narrativa, y la intencionada falta de florituras de cualquier tipo, así como la circunstancia de que todos los relatos están contados desde el mismo lugar, con una mirada parecida y un objetivismo sólo aparente, pueden hacer caer a veces en cierta monotonía que su autor salva de manera brillante. Las voces de sus personajes son muy parecidas, pero bajo esa fachada, con un narrador que cuenta lo que ve y describe conductas y comportamientos con agresividad y humor, con cinismo a veces, está el escritor, disponiendo la información para que los relatos sean lo más eficaces posibles. Así, Grasa suele utilizar un juego interno de contrastes dentro de los relatos, que proveen a estos de picos argumentales, una especie de dientes de sierra con los que a una escena humorística sigue una violenta o negra, y a un personaje cotidiano y vulgar sigue la aparición repentina de uno amenazador. Así recrea una tensión que hace desenvolverse a las historias con facilidad y generando intriga en el lector. No hay, aparentemente, psicología en sus relatos, no al menos narrada de la forma convencional, pero tampoco hay un simple conductismo aburrido. Los personajes lanzan mensajes cuestionándose sus comportamientos y los de los demás, y ese tapiz de historias quiere componer una especie de relato generacional, otro de los temas fundamentales de la historia: las relaciones entre dos generaciones distantes, que no se entienden y que no pueden entenderse porque han vivido en dos Españas totalmente distintas. La actual se muestra desorientada, cobarde a la hora de madurar, indecisa y sin atreverse a tomar las riendas de su vida. Ejemplar en ello es Servilletas en la piscina, una delicia de humor negro, pero ese tema está muy presente en La casa de Benedé o La herencia.

Hay también hermanos menores que miran de reojo el comportamiento ya establecido y previsible de los mayores -Mecedoras-, personajes afligidos pero en constante cambio -Pájaros-, un fantástico relato perteneciente al género, tan norteamericano, de cazadores en la nieve -Un sarrio-, aunque donde Grasa da una medida de su gran talento y mirada narrativa es en dos relatos como Tablón de anuncios -el caso clínico de un solitario- y, sobre todo, en el magnífico Algo provisional, donde Grasa se hunde con naturalidad en un tema tan complicado como la pederastia, resolviéndolo con brillantez merced a la maldad oculta que se intuye tras sus personajes golpeados y cínicos, y sobre todo a no haber caído en una fácil complacencia.

Otras constantes de estas historias son cómo los lenguajes vitales de unos personajes nunca dejan huella en la mente de los otros: "Hablamos el profesor y yo de cosas y después sacó un cuaderno en el que escribía poemas en prosa. Leyó uno sobre una isla en la que se supone que él vivía espiritualmente, algo sobre la soledad" (pág. 40); la facilidad del autor para la descripción aguda: "Los zapatos de tacón de mi madre evitaban en la calzada las heces del ganado" (46); la presencia de guiños cinematográficos bien integrados en la narración: "Nuria entró en el dormitorio y tiró al aire los billetes del sobre para que cayesen sobre ellos. No eran muchos, fue un efecto de lluvia de dinero algo deslucido. Entraba aire por la ventana, los billetes podían salir volando. Jonás y Nuria se arrodillaron entonces para recogerlos." (103); ironías felices sobre la mediocridad de los trabajos del asalariado medio: "Lo cierto es que ser representante de bebidas puede ser un primer paso para acceder a la política, igual que hizo Fox en México con la Coca-cola. Muchas veces cuento este caso." (78) Respecto a este último elemento, Grasa se preocupa -demuestra por ello, además de talento, una profesionalidad encomiable al apreciarse que quiere escribir buenos relatos, y darles vida interior, lo que podrá en su caso hacerlos memorables- porque todos los personajes de sus relatos tengan ocupaciones y trabajos determinados. Alejándose de esa costumbre tan española de situar a los personajes literarios en un lugar equidistante entre la Luna y el punto de entrada en la atmósfera terrestre, Grasa quiere que sepamos quiénes son exactamente esos tipos sobre los que va a hablar, con los que va a jugar, a los que va a reflejar.

Bajo su apariencia de retrato generacional, una especie de recorrido por el proletariado español actual de treinta y tantos, con demasiados jóvenes de profesión inmaduros, deudor de una estética demasiado concreta y desde una sincera falta de retórica, Grasa llega mucho más allá en su aventura y logra seducir al lector con historias bien armadas, y apoyándose en un estilo uniforme y honesto nos muestra las debilidades y contradicciones de personajes que en manos sin talento habrían devenido en caricaturas -ejemplos hay al respecto en que ha ocurrido esto cuando se toma la estética del relato corto norteamericano como modelo- y que en las suyas terminan adquiriendo vida, contagiando emoción, convirtiendo este libro de relatos en una lectura, más que recomendable, aconsejable para el aficionado al libro de relatos.
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