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Trescientos días de sol de Ismael Grasa

Texto de Ignacio García Valiño

DÍAS DE SOL 

         Hace más de una década, hallándome en el paro, me telefoneó un amigo oscense desde China para ofrecerme un trabajo en China, pese a mi burricie de chino. Era Ismael Grasa, un escritor al que siempre he percibido como un extranjero en tierra extraña, víctima del extrañamiento kafkiano de vivir. Como un maño en la república china de Aragón.

         Y de esto trata su extraordinario libro de relatos “Trescientos días de sol”, la extrañeza de vivir sin la necesidad de juzgar a los demás, pero siendo blanco constante de los juicios morales de los otros. La imposibilidad de evitar ser acusado, fiscalizado, sermoneado, controlado, aunque uno carezca de prejuicios morales. Aunque uno viva y deje vivir.        

Ismael ha comprendido que el secreto de narrar es contar los hechos como si no acabara de comprenderlos. Y lo emplea con eficacia. Sus personajes, pacíficos e indecisos, van a la deriva de los acontecimientos y prefieren no jugar a tomar las riendas del destino, o aceptar que es inútil. Tanto los hechos relevantes como los banales reciben  el mismo tratamiento somero, distante y un punto desafecto. El trasunto es la vida cotidiana, con sus menudencias y pequeñas infamias. Hay una acción de la inacción, una poética de la no-poética, de la desnudez retórica. Este estilo sin artificios recuerda a Handke y a Carver. Y –por fin– ha superado su deuda con Cela.

         Ismael G. es un escritor inteligente y pudoroso y honesto. No le gusta enfatizar, ni aparentar. Como los páramos de Zaragoza, que reciben al año trescientos días de sol, es llano y seco, y tiene una extraña belleza. Trescientos días contados en ciento cuarenta luminosas páginas. Y una buena razón para elegir un libro de relatos.

 

Artículo publicado en "Heraldo de Aragón"

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